El maratoniano más olímpico

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Ha corrido un maratón en todas las ciudades olímpicas y paralímpicas. 28 en seis años. Stoke Mandeville es la última parada.

Hace seis años, el atleta paralímpico Javier Conde se embarcó en un ambicioso proyecto: correr la prueba más dura del atletismo, el maratón, en todas aquellas ciudades que han sido sede de unos Juegos Olímpicos y Paralímpicos, algo que hasta ahora nadie había hecho. Hoy disputará el último, el número 28, en Stoke Mandeville, sede de los Paralímpicos en 1984. En total, casi 30.000 kilómetros de entrenamientos y competiciones y más de 300.000 kilómetros viajando por todo el planeta, lo que equivale a ocho vueltas al mundo.

MaratonCada uno de esos kilómetros que ha hecho ha tenido como objetivo ayudar a los demás. En cada maratón, Javier ha ido recaudando rondos para un centenar de Asociaciones y ONG’s. Desde 2010, 170.000 euros que han sido repartidos en media docena de países, entre ellos España, y que han ido a parar a proyectos tan diversos como una leprosería en Sri Lanka, en la que trabaja una monja vasca, o una Asociación de Kenia que ayuda a los Masai a organizarse y que compra material didáctico para los niños.

«Cuando me retiré del deporte profesional en 2009, me sentía en deuda con la sociedad y con el deporte que tanto me había dado. Por eso, un año después, puse en marcha este proyecto. Quería devolver al menos una pequeña parte de lo recibido’, cuenta el atleta tras una exitosa carrera en la que conquistó siete medallas de oro y dos de playa en cinco Juego Paralímpicos (Barcelona, Atlanta, Sidney, Arenas y Pekín).

Vuelta a los orígenes

El último maratón de este proyecto solidario se celebrará en un sitio muy especial, el estadio donde en 1984 tuvieron lugar las pruebas de atletismo de los Juegos Paralímpicos de Stoke Mandeville (Inglaterra). Y es especial porque en esta ciudad inglesa nació el movimiento paralímpico hace 68 años.

Coincidiendo con la celebración de los Juegos Olímpicos de Londres en 1948, el neurocirujano alemán Ludwig Guttman organizó en el hospital de allí una competición de tiro con arco para los soldados que habían sufrido lesiones medulares en la II Guerra Mundial. Aquella  competición fue el embrión de lo que hoy conocemos como Juegos Paralímpicos y en los que Javier, que padece una agenesia -malformación- en los dos brazos, se convirtió en una gran figura. Por eso para él es tan especial. «Hace un par de meses estuvimos viéndolo sobre el terreno y es brutal.

Está como en los años 50. Hay barracones donde todavía practican tiro y las instalaciones están todas adaptadas a la gente con discapacidad. Todo ester impregnado de deporte adaptado. Está el pebetero de los Juegos de 1984 y allí se recogió la llama de los de Londres hace cuatro años’: dice emocionado el embajador de Laureus. «Hay cuatro gradas de madera y parece que retrocedes en el tiempo. Eso le da mayor sentido a todo» añade.

Sentido a un proyecto que ha ayudado a mucha gente. «Me quedo con las personas que he conocido que dan su vida por los demos. En mi etapa profesional me emocioné muchas veces atravesando la meta pero nunca lloré. Aquí he llorado en más de una ocasión. Me da una pena terrible que se acabe, aunque después de Río se volverá a abrir. Que se prepare el Cristo del Corcovado», avisa. Lo tiene en su agenda para 2018.