Por qué los cassettes de gasolinera no deberían extinguirse jamás

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No fue un sueño. Recorrer 500 km de secarral a 70 km/h y 40?C en un coche abarrotado, el perro lamiéndote la cara, la abuela diciendo que los garbanzos le sentaron mal y el siroco subsahariano que entra por la ventanilla resecándote los ojos. Eso fue real, lo viviste. Y, sí, lo que sonaba de fondo era Camela, Mocedades o Los Chichos. Eso pasó y lo sabes.

1980 Arevalo disco de platino

En algún momento, el paterfamilias paraba en mitad de la nada y, tras despegarte de la tapicería, salías dando tumbos. Te pimplabas la fanta de un trago y tirabas de cabeza hacia el expositor mágico, aquel portal caspadimensional entre las navajas de Albacete, las frutas confitadas, las almendras garrapiñadas y una perdiz disecada. Allí te esperaba el más maravilloso repertorio de música patria: los cassettes de gasolinera. Agarrados con un candado para proteger tan preciados tesoros.

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La cinta de los chistes de Arévalo, la de Pajares (mítico Gigi El Amoroso), la de Esteso (Ramona la Pechugona, grítisjit nacional) o la del Señor Barragán. Cosas de humor picarón tirando a picantón. Pero lo importante era un catálogo musical que ya quisiera el sonido Northern Soul o la Motown y que incluía lo más profundo del terruño (Toni El Gitano; Cecilio; La Pelúa, con su “Gazpacho fresco”; o los soberbios Pillo´s Boys, en “versión original”). También artistas internacionales, como El Fary (¡guapo! ¡guapo!), Enrique del Pozo o Toni Genil. Ahí estaba Junco con su bigotón; Los Chunguitos, el emblema varonil patrio; Bertín Osborne, el casanova español más letal de todos los tiempos con permiso de Julio Iglesias, con sus mil y una rancheras; y Camela, cuando eran cuatro y el organillo como protagonista supremo. Con suerte te encontraste al primer Alejandro Sanz aun con rastros de acné en su joven rostro.

Y, si entramos en los 90, no podían faltar los Maquina Total, Blanco y Negro Mix, Caribe Mix, Currupipi Mix (en honor a la mascota de Jesulín de Ubrique), Ibiza Mix aunque estuvieras parado en Despeñaperros. Mención aparte para los celebérrimos recopilatorios de Los Pitufos Makineros, los cuales bien podrían haber traído consigo un buen par de comprimidos de ibuprofeno para combatir el consecuente dolor de cabeza que infringía su escucha.

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Viajabas a un mundo fantástico y lleno de seres extraños casi dignos de una película de fantasía de Tim Burton. Y volvías al coche pensando que, dentro de lo que cabía, eras hasta medio normal, comparado con alguno. ¿Sentirse tan reconfortado no es suficiente motivo para preservar este Patrimonio Nacional? Las cintas de las gasolineras son sin ningún tipo de duda un icono de nuestra España. ¿Quién no se ha parado a verlas, girando el mostrador giratorio para ver lo que había? Una costumbre que no debería desaparecer jamás!

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